El carruaje fantasma y otros cuentos góticos by Amelia Blandford Edwards

El carruaje fantasma y otros cuentos góticos by Amelia Blandford Edwards

autor:Amelia Blandford Edwards [Edwards, Amelia Blandford]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1999-01-02T00:00:00+00:00


Caro signore:

El calco que me ha enviado no es ni antiguo ni singular, como me temo que había supuesto usted. Es reciente. Dice simplemente que una tal Salomé, hija única y muy querida de un tal Isaac da Costa, murió el 18 de octubre del pasado otoño a los veintiún años y que el mencionado Isaac da Costa encargó que se erigiera la lápida en memoria de las virtudes de su hija y de su propio dolor.

Con mi más sincero aprecio,

Nicolo Nicolai

Se me cayó la carta de la mano. Sin duda la había entendido mal. La recogí y volví a leerla, palabra por palabra; me senté, me levanté; di una vuelta por la habitación; me sentía confundido, perplejo, no podía dar crédito.

¿Acaso había dos Salomés? ¿O se trataba de un error extraordinario?

Dudé. No sabía qué hacer. ¿Debía ir a la Mercerie y ver si a alguien del quartiere[29] le sonaba de algo el apellido Da Costa? ¿Consultar el registro de nacimientos y muertes del distrito judío? O ¿sería mejor llamar al rabino mayor y averiguar quién era la segunda Salomé y qué grado de parentesco guardaba con la que yo conocía? Me decanté por esta última opción. Fue fácil conseguir las señas del rabino mayor. Vivía en una casa antigua en la Giudecca, y allí lo encontré: un anciano serio e imponente, con una barba entrecana casi hasta la cintura.

Me presenté y le expliqué la situación. Le pregunté si podía darme alguna información referente a la Salomé da Costa que había fallecido el pasado 18 de octubre y había sido enterrada en el Lido.

El rabino respondió que sin duda podía darme toda la información que desease, pues había conocido personalmente a la dama y era íntimo amigo de su padre.

—¿Puede decirme —pregunté— si tenía alguna buena amiga o familiar con su mismo nombre?

El rabino negó con la cabeza.

—No creo —dijo—. No recuerdo a ninguna otra joven que se llamase igual.

—Discúlpeme, pero sé que había otra —insistí—. Había una Salomé muy hermosa que vivía en la Mercerie la última vez que vine a Venecia, el año pasado por estas fechas.

—Salomé da Costa era muy bella —dijo el rabino— y vivía con su padre en la Mercerie. Cuando ella murió, él se mudó al barrio de Rialto.

—El padre de la Salomé de la que yo le hablo comerciaba con productos orientales —me apresuré a añadir.

—Isaac da Costa es comerciante de productos orientales —dijo el anciano con expresión muy seria—. Hijo mío, estamos hablando de las mismas personas.

—¡Imposible!

Volvió a negar con la cabeza.

—Pero ¡si está viva! —exclamé, ya muy alterado—. Está viva. La he visto. He hablado con ella. La vi ayer mismo por la tarde.

—No —dijo, en tono compasivo—, debe de haberlo soñado. La joven de la que habla falleció, se lo aseguro.

—La vi ayer mismo —repetí.

—¿Dónde se supone que la vio?

—En el Lido.

—¿En el Lido?

—Y habló conmigo. Oí su voz; con la misma claridad con que oigo la mía ahora mismo.

El rabino se acarició la barba con gesto pensativo y me miró.



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